jueves, 19 de junio de 2008

Libertad

Hace un tiempo que no escribo, motivos me faltan y me sobran al mismo tiempo. Sólo quiero dejar aquí un trozo de mí misma tejido por alguien que no soy yo, pero que también sabe verme por dentro.



Sentía la presión en cada gesto y en cada tentativa. Estaba aferrado a sus entrañas, le arañaba por dentro como una larva de parásito que nunca acabara de eclosionar, que nunca dejaría de matarle. Los terceros lo llamaban meta. Los terceros jamás habían tomado ese camino.

Sabía agrio, como la última almendra que mastica el gafe, su tacto era áspero como el papel de lija y no olía a nada, pero llenaba el vientre, o eso decían los terceros. Los terceros que no la habían probado.

Ella la miraba recelosa, como el esclavo que ve a la libertad en las entrañas del esclavista. La observaba, como se observa a los sueños despierto, y pensaba que, al alcanzarlo, que al dejar atrás en el tiempo el momento ansiado, se abriría una puerta nueva en su universo de opciones, que sentiría explosión orgásmica que le embargaría por el resto de su vida.

Pero el placer duró solo unos instantes. Seguía siendo ella. Seguía siendo el mundo. De pronto todo el lugar que ocupaban los reiterados afanes estuvo embargado por una tenue sensación de vacío. Al fin era libre. Nunca debió dejar de serlo. Pero, ¿por qué no podía sentir nada excepto que se había hecho justicia?

Quizás confundía la ausencia de dolor con el bienestar.

Quizás ignoraba que existe una sutil diferencia entre matar la desdicha y alcanzar la felicidad.


Miquel Casas Salinas.