domingo, 23 de septiembre de 2007

Géminis


Sus mitades se desperezan ruidosamente en los albores de un día gris; esta mañana sus labios no saben a sal sino a frutas. El ombligo que las separa cabecea hacia un lado, hacia el otro, y en el movimiento pendular de su cintura despiertan, enredadas entre sábanas color crema, aturdidas por la soledad de sus pupilas. Es domingo.

Hoy el otoño acude, mientras ríen, aunque a veces lloran mientras duermen, y recuerdan mañanas de sal y sábanas de chocolate, ojos de luna o de mar, y a veces sus mitades se hacen una.

Acaricia sus mitades entre párpados entornados, una de ellas aún quiere dormir y frunce el ceño, los recuerdos la calman o la incitan, y a veces se hace sorda y muda, y es en ese instante cuando la verdadera soledad la acompaña, mansa. Entonces nunca se siente mitad.

Describe círculos en sus tentaciones, entre latidos se convulsiona. Engulle trozos de pecado y se abraza, ajena a su locura, a la soledad de sus pasiones. Recuerda que a veces queda quieta, queda rota y sola entre mitades. Y sueña con otros despertares, con ver correr los días que le sobran o la anulan, y sus mitades sonríen al unísono ante la posibilidad de cualquier otro futuro, de apoyar sobre sus labios un beso dulce de domingo.

Sus mitades se contemplan en silencio, a veces olvidan paralelamente derrotas de otros días, a veces rehacen aquellos sueños que las convirtieron en mitades opuestas de una misma naturaleza viva.

martes, 11 de septiembre de 2007

Tormentas


Huele a lluvia, pero creo que me gusta. Despiertan en mi pituitaria recuerdos de otros días, no necesariamente mejores. Me gusta, refulge y se acerca despacio, cada vez tarda un poco menos en hacerse oír. De repente le siento, tan cerca de mí como el miedo del placer, y rompen más fuerte las gotas contra el acerado y desde aquí puedo olerlas morir. No cerraré mi ventana ante ninguna tormenta, y el trueno me aclama entonces y brama justo un segundo más tarde, jura venir para acallar mi protesta al otoño; aún no es bienvenido si mañana puede volver a ser invierno.

Me sorprendo olisqueando el sabor a tierra mojada q impregna las calles, es el olor de los domingos en casa, de silencio y de calma, de días que pudieron ser mejores, robados, perdidos, hundidos. No pensé que llegara a gustarme.

Existen ciclos interminables que sobreviven a todas las cosas, que se solapan entre ellos y se acompañan en su recorrido. El ciclo de la vida se escolta de una media de ochenta ciclos estacionales y mil ciclos lunares, de una infinidad de periodos que estiran y se encogen como acordeones en celo, y que volverán para asediarnos tarde o temprano, con los mismos temores, las mismas esperanzas y el mismo desconsuelo. Pronto llegará el invierno.



(Disculpen la tardanza. He vuelto a casa)