sábado, 3 de noviembre de 2007

Mar

Y en el silencio residían los secretos. Los que guardaba entre pliegues de su naturaleza, de su ser inmortal y amoral, o su no-ser. Pero en aquel silencio que dejaba de serlo en leves susurros, tal vez quejidos de algo viejo, me gustaba observarle. A veces sentía que sólo yo podía oírle, que sólo yo podía sentir su abrazo completo, que sólo a mí quería envolver en su silencio, el mar en calma. Arrugado, taciturno.

Melancolía de sí, de la propia melancolía; nostalgia de lo anómalo, de lo que no ha de volver, de lo que apenas recuerdo. Y en el principio de mis días también estaba, cambiante como el tiempo, acariciando orillas de seda blanca entre mis piernas, canturreando recuerdos de tiempos pretéritos. Y a diario le olvido, como escenario de derrotas, como refugio de cobardes y heridos, el mar en calma. Callado, sereno.