jueves, 8 de febrero de 2007

Dice que soy yo

Un yo entre paréntesis, entre capas, fluidos o vacíos. No quiero ver pasar el tiempo, pero tampoco quiero verle quieto junto a mí. Me dedica canciones que no escucho. Dice apretar el nudo hasta saciar mi condena, pero dudo que pueda presionar tan fuerte. Y calla. Sólo ronronea, es el tiempo que pasa; si presto atención seguro que puedo oírle. Va a dedicarme una canción, fingiré que escucho atentamente, es lo más sensato.

Hace mucho que no lloro, un par de siglos quizá. Puede que tenga durezas en el corazón, de tanto tocar la guitarra, y eso que nunca aprendí. Me preocupan los silencios; a veces pienso que sólo ellos logran hacerme compañía, y me estremece pensarlo. Y nadie entiende mi necesidad de ausencia, en ella sólo caben las olas del mar y el crepitar del fuego, el sonido del lápiz al deslizarse sobre el papel. A veces también caben las gotas de lluvia que colisionan en mi ventana, pero no cabe nada más, absolutamente nada.

Mis dedos se bifurcan paralelos hasta mis palabras o entre mi cuerpo. Me auno, me exprimo, me consumo y entonces escribo, describo el olor de lo que soy por dentro, el olor de cuando muero despacio, o vivo deprisa.

Hay un conducto dentro de mí que une mis pies y mi cerebro, a veces lo encuentro. Sé que existe porque he conseguido verme, y lo he hecho vibrar, como una cuerda de guitarra. Afina, y sé tocarla, esa sí que sé tocarla. Entona notas que nadie escucha. Viene de ahí, mi olor, de ahí se escapa y se esparce por mi pelo, por mis muslos y mis pies. Nace despacio y ligero, se reproduce, se deshace y viaja distraído por el aire. Mi nariz lo acoge y lo acaricia, lo tensa y lo desnuda, luego lo deja ir. Dice que soy yo.

(Foto: Jimena Sánchez)