Dice que soy yo

Hace mucho que no lloro, un par de siglos quizá. Puede que tenga durezas en el corazón, de tanto tocar la guitarra, y eso que nunca aprendí. Me preocupan los silencios; a veces pienso que sólo ellos logran hacerme compañía, y me estremece pensarlo. Y nadie entiende mi necesidad de ausencia, en ella sólo caben las olas del mar y el crepitar del fuego, el sonido del lápiz al deslizarse sobre el papel. A veces también caben las gotas de lluvia que colisionan en mi ventana, pero no cabe nada más, absolutamente nada.
Mis dedos se bifurcan paralelos hasta mis palabras o entre mi cuerpo. Me auno, me exprimo, me consumo y entonces escribo, describo el olor de lo que soy por dentro, el olor de cuando muero despacio, o vivo deprisa.
Hay un conducto dentro de mí que une mis pies y mi cerebro, a veces lo encuentro. Sé que existe porque he conseguido verme, y lo he hecho vibrar, como una cuerda de guitarra. Afina, y sé tocarla, esa sí que sé tocarla. Entona notas que nadie escucha. Viene de ahí, mi olor, de ahí se escapa y se esparce por mi pelo, por mis muslos y mis pies. Nace despacio y ligero, se reproduce, se deshace y viaja distraído por el aire. Mi nariz lo acoge y lo acaricia, lo tensa y lo desnuda, luego lo deja ir. Dice que soy yo.
(Foto: Jimena Sánchez)